lunes, 3 de mayo de 2010

Espacios de participación



Los jóvenes colombianos como la mayoría de juventudes en el mundo, han preferido abrir espacios culturales donde sus expresiones estéticas posibilitan un intercambio más real con sus pares, pero sobretodo con la sociedad en la que viven. Específicamente en Medellín la música ha sido el hilo conductor de las identidades juveniles, el movimiento musical independiente que se refuerza en ámbitos pequeños, colegios, pequeños estudios caseros y por supuesto en Myspace, nos tiene hoy frente a un panorama de producción increíble que se expresa en diversos géneros y tendencias, desde el Metal y punk hasta el tecno y la electrónica, pasando por la tradicional salsa, y el jazz.

En este sentido el gobierno municipal ha adelantado desde hace cuatro años y a través de la Subsecretaría Metrojuventud, pertenenciente a la secretaría de Cultura Ciduadadana, un festival anual llamado Altavoz, que pretende recoger todo de la producción musical de cada año. Así se realiza una selección de proyectos que participan por medio de una convocatoria pública, para que se presenten durante tres meses, por géneros, en el espacio público de preseleccionados, un jurado, experto en el tema, selecciona los finalistas que participan en un gran festival de cierre en el mes de octubre, que dura tres días y cuenta con la participación de reconocidas bandas internacionales que se intercalan con los participantes locales. Altavoz de ha convertido en el lugar donde no solo los jóvenes músicos pueden exhibir un trabajo por año, sino en la oportunidad de que las identidades que se congregan alrededor de un género tengan una oferta que les permite encontrarse durante casi todo el año con sus pares a través de una experiencia gratuita en un ejercicio de convivencia que se ha ganado un espacio importante en la ciudad. Al final el festival hace una rueda de negocios internacional donde invitados de la industria de la música de varios países del mundo tiene acceso a las propuestas locales, lo que es un impulso para la sostenibilidad de los proyectos que participan.

Así mismo, los dos más importantes museos de la ciudad, El Museo de Antioquia y el Museo de Arte Moderno de Medellín, ambos entidades privadas sin ánimo de lucro que funcionan como Organizaciones no Gubernamentales, han incorporado en los dos últimos años, cada uno un programa que aborda la música como parte importante de las artes plásticas y que ofrece una programación académica y de exhibición gratuita de alta calidad con miras a enriquecer la oferta cultural y la escena local.

En el plano político los jóvenes de la ciudad tienen un mecanismo tradicional de participación llamado Concejos Municipales de juventud, que son instancias desde donde los jóvenes ejercen su participación dentro de la institucionalidad en un ejercicio político claro, con miras a velar por el cumplimiento de la ley de juventud. Sin embargo, es desde fuera de la institucionalidad donde los jóvenes gestionan su participación como sujetos políticos, permeando desde allí los mecanismos tradicionales. Han sido los jóvenes quienes han promovido las marchas en contra de los secuestros en Colombia, y la popularidad del Partido Verde en las últimas elecciones, pero no solo en estas acciones directas en relación con la política, también precisamente desde la música los grupos de Metal, hardcore, punk y hip hop, con sus letras de denuncia y de discurso ambientalistas y sociales, ejercen su ser político. También hay que mencionar que muchas de las iniciativas de gestión cultural que intentan mejorar las condiciones de vida de las personas en los barrios, son de conformación mayoritariamente joven. Y en ese trasegar con las comunidades y a la vez con el Estado y la Empresa Privada constituye el espacio más importante de relación con el poder, con los discursos hegemónicos, con el “centro” institucional, con el adulto.

domingo, 2 de mayo de 2010

Visibilidad VS inbisibilización



Me piden que hable de la visibilidad de las expresiones juveniles en mi país, y yo en este momento solo tengo una historia para contar: Hace ocho años por cosas de la vida (tal vez el carácter, tal vez la búsqueda) llegué por primera vez a un asentamiento de familias en situación de desplazamiento, lo habitaban personas forzadas violentamente a dejar sus tierras en los campos de toda la región, llegaron en una nueva oleada (nuestra historia es la misma historia repetida) que tuvo su pico más alto en el 2000-2001, para instalarse en un pedazo de la falda centro oriental del Valle que acoge a esta ciudad. Me tocaba administrar los recursos de un programa de una ONG, y apoyar el desarrollo de unos talles con las mujeres del lugar, lo que vi ese día no lo volveré a ver, porque nunca se ve igual lo que se ve a cuando lo ves por primera vez: más de 200 ranchos de madera casi todos apiñados contra la montaña que nunca se sabe cuándo se va a desprender, sin calles, ni agua potable, a duras penas la luz de contrabando. En cada casa, de menos de 30 metros cuadrados, viven familias de hasta seis personas. Una realidad infame a la que nunca, pero nunca, te acabas de acostumbrar, ni siquiera cuando la luz se vuelve legal y las casas empiezan a ser de ladrillo.

Afortunadamente siempre tuve por qué volver, un proyecto de arte e intervención social llamado Esta es tu casa, y luego en el 2006 una invitación para trabajar con un grupo de jóvenes que por ahí se estaban organizando con ganas de hacer cosas, en un proyecto que se llamó Urbánicos, así conocí a los adolescentes más empeliculados del barrio el Pacífico y Altos de la Torre, hijos de la gente más anónima que ha existido jamás, que en ese entonces todavía hablaban de ir a Medellín como si la ceguera deliberada de la ciudad para con ellos, los hubiera dejado fuera de ella por definición. El reto: abrir con ellos la gran pregunta de la pertenencia a la ciudad, cómo: a través de sus propias expresiones estéticas. Nos dimos cuenta pronto que para hablar de ciudadanos, con niños de 12 a 15 años, primero había que hablar de juventud y niñez, de proyectos de vida, de roles y posturas, de realización personal, del pasado, pero sobretodo del futuro. Lo hicimos todo y al final, después de seis meses salimos a la calle, en un performance que pretendía, desde todos los estereotipos posibles, darle amor a la ciudad, que después de muchos ires y venires, los jóvenes decidieron que era lo que le hacía falta.

En ese proceso nos acercamos, nos hicimos amigos, nos peleamos, crecimos juntos, 14 jóvenes y 6 adultos en la búsqueda de la ciudad, de la inclusión, del futuro. Descubrimos que para ellos tener 12 años era ser joven, sus padres, casi todos de origen campesino, tal vez nunca lo fueron. Por primera vez tuvieron que preguntarse (ya no era el taller de género que venía a hablar con sabiduría de los métodos de planificación), ahora eran 6 adultos que sólo hacían algo después de preguntarles mucho, vos qué pensás, vos que querés, vos cómo lo harías, vos que deseás, que ncestitás, vos cómo estás, vos qué decidís hacer. La mayor sorpresa fue entender desde la primera vez que la única respuesta que no se admitía era la preferida por ellos “lo que usted quiera profe”. Aprendimos con ellos a dibujar los límites de la construcción en equipo, de la intervención, los límites de la libertad, las desventajas del consenso, la importancia para todos de las figuras de autoridad, de las normas claras, del juego bonito. Encontramos también el futuro, ya no era sólo uno posible, ya el futuro se podía soñar, no porque se hubiera vuelto fácil, sino porque para todos era igual de difícil. Y al final encontramos el equilibrio, y realmente sentimos que podíamos estar juntos.

Ahora su grupo juvenil está consolidado, hacen brigadas de saneamiento ambiental, proyectan películas para los niños del barrio, hacen la fiesta por la vida cada año, y se juntan cada ocho días para hablar de los temas que comprometen al barrio. Nosotros seguimos trabajando con ellos, utilizando el teatro y los medios de comunicación alternativos para hablar de amor, Amor se escribe con… es nuestro proyecto, y ahí íbamos… cuando el lunes 26 de abril conocimos una carta que publicó el grupo paramilitar Los Rastrojos, donde acusan de tener nexos con las FARC y el ELN a unas 60 entidades y personas en todo el país, a quienes amenazan de muerte. En la lista aparece el nombre de una de nuestras jóvenes, no sabemos por qué, solo la vinculan con el grupo Juvenil, pero no aparece ninguno de los demás chicos, solo ella. Tiene 19 años, por ahora no puede volver a su casa, menos mal nos tiene a nosotros, porque las autoridades solo te ofrecen un albergue, tiene que esperar mientras las investigaciones determinan si la amenaza es seria, en caso tal, dicen los que saben en la Alcaldía, que debería irse con toda su familia, ella espera que no, todos esperamos que no, su familia no sabe, no la queremos alarmar todavía, por un par de semanas estará aquí en mi casa.

Mientras escribo ella estudia, ya casi termina su primer semestre de diseño gráfico en una universidad de educación media, es buena en lo que hace, está más tranquila, yo todavía no me decido por cómo me siento. Los rastrojos son una copia de nuestra sociedad, reflejan las maneras de pensar y actuar, más que aceptadas, de una clase dominante que perdura desde siempre, todo lo distinto hay que aniquilarlo, entonces por antonomasia los jóvenes caen aquí como moscas, en oleadas intermitentes en el tiempo, porque son carne de cañón para poner al frente de la batalla, o son estigmatizados como peligrosos, delincuentes, germen del vicio, de la corrupción, de las buenas costumbres, en un país donde disentir es simplemente un problema de vida o muerte.

jueves, 29 de abril de 2010

Rebelde sin causa

Esta película fue estrenada en 1955, realizada por el director estaoudinense Nicholas Ray, se estrenó un mes después de la muerte del actor James Dean, que en su papel de James Stark pasó a ser desde ese momento el símbolo de la juventud díscola y problemática.

Jimmy es un chico que todavía va al colegio y que por su personalidad, entre encantadora y presta a cualquier enfrentamiento, recién llega a un pueblo, en un record de mudanzas que sus padres tienen muy claro, para encontrar allí el colmo de las consecuencias de sus actos.

Desde el punto de vista funcionalista la familia del protagonista no corresponde al ideal de familia, donde el padre es la autoridad y fomenta la capacidad de trabajo y esfuerzo para alcanzar el bienestar, sino que en este caso los roles están completamente trocados, lo que en ese momento de postguerra era poco menos que un escándalo. La película entonces parece plantear que la causa real de la rebeldía de Jimmy es un padre débil que no cumple su función de ser el referente masculino de autoridad, que se deja manipular por la madre y la abuela y no puede aconsejar a su hijo en los temas más masculinos de su edad. Parece ser que el mensaje de la película fuera: familia que no se “comporta” como debe ser, es familia que engendra el caos.

Aparece entonces un Estado, encarnado en un policía de menores, que cumple estas funciones a cabalidad, que reemplaza al padre (pone claras las normas, acepta los desafíos del joven, reprende), y a la madre (acoge, da consuelo, aconseja, cuida, es afectuoso e incondicional). Como si esto fuera posible y absolutamente necesario. Este estado entonces representa al joven como un sujeto inmaduro, necesitado de atención y un poco de mano dura, pero en el fondo dócil y tierno.

Tal vez esta película es una de las primeras veces en que la escuela aparece como el lugar donde la juventud aprovecha el espacio que deja la institucionalidad para que se de la libre asociación de estos sujetos, que una vez fuera del control (por demás ingenuo a juzgar por la manera en que se representa a los maestros) del mundo adulto, se agrupan alrededor de líderes naturales, a través de toda una red de relaciones que tienen un código particular de comunicación y unos intereses comunes fundamentalmente de identificación entre pares.

Los jóvenes son en esta película representados de muchas maneras y es posible que algunas de estas maneras se convirtieran en parte fundamental del imaginario social sobre los jóvenes, que desde entonces y por varias décadas fueron descritos literalmente como rebeldes sin causa. Esa relación entre los chicos buenos y los chicos malos, tan profundamente arraigada en las representaciones de la sociedad occidental, fue promovida en su momento por películas como esta. Las primeras identidades culturales representadas explícitamente en el arte aparecen aquí, bien descritas por su lenguaje, los objetos resemantizados (la chaqueta, los jeans, los autos), los rituales (las peleas con cuchillo, las competencias de velocidad) y las relaciones entre las mujeres y los hombres (la chica como trofeo, la que hace parte de la “pandilla” por ser igual de dura que ellos, el amor a primera vista).

Todas las instituciones que tienen relación directa con los jóvenes aparecen aquí, sin estar segura, porque no conozco las condiciones reales de las familias, ni las percepciones del público del momento, como una caricatura, incluso los jóvenes parecen corresponder a una generalización bastante básica, con rasgos indistintos entre clase y contexto, así como de época y género (finalmente Judy se diferencia bien poco en sus actitudes y afanes de James, su par varón).

Se puede decir de todas maneras que tal vez también por primera vez, en Rebelde sin causa se muestra una juventud que reclama la atención del adulto, en la manera en que se vuelve sintomática, es decir, en la película la problemática de los jóvenes se ve como una manifestación de un malestar más profundo que termina confrontando a los adultos y a las instituciones sociales en su relación con este sujeto-víctima que empieza a aparecer y que tiene algo que decir más allá del mero capricho juvenil, manifestando inconformidad y rechazo frente a sus condiciones sociales. También es rescatable, a pesar de la utopía que supone, (sobretodo por la forma en que se presenta en la cinta) la pretendida intención del Estado de proveer a los jóvenes de una atención que va más allá de unas disposiciones jurídicas penales, que lo atiende personalmente y de esa manera lo entiende dentro de un contexto particular y diferenciado en cada caso y que en esa medida, aunque sea de manera paternalista, abre un espacio para que la relación de poderes se horizontalice y eso que está en la “periferia” acceda al “centro”, es decir se vuelva protagonista.

Por último hay que decir que esta película es además un hito en la industria cultural que abre espacios para que los jóvenes se identifiquen, a partir de este momento entiende el potencial que tiene el abrir estos espacios, para recoger esas identidades juveniles, darles un escenario que les permita mirarse y conectarse, y en este proceso beneficiarse. Rebelde sin causa fue una de las películas más taquilleras del momento, miles de industrias han seguido el ejemplo de Hollywood, y ahora dedican muchos de sus recursos en rastrear las expresiones juveniles emergentes, iluminarlas, aprovechar la remantización de objetos que hacen, para promover una industria que hasta ahora es una de las más rentables.

lunes, 26 de abril de 2010

yo soy generación X (13 años después una respuesta a José Manuel Valenzuela)

En ese entonces no sabíamos muy bien por qué, pero en verdad nos ocupaba el desencanto, el desconcierto absoluto, la utopía se caía a pedazos frente a nosotros, el mundo era un lugar hostil con una ausencia casi total de futuro, los motivos comunes, las grandes causas, estaban perdidas, nuestros mayores se rindieron ante las evidencias de un mundo peor, y nosotros lo recibimos con una mueca de desprecio y una pretensión total de desapego, y lo que se leyó como cinismo individualista, no era más que una vuelta a nosotros mismos, una mirada larga en el espejo que supuso una batalla interna y feroz contra la desdicha, un reproche a esa falta de efectividad de la filosofía de paz y amor, seguida por ese fracaso rotundo que fue la ingenuidad de irse a la guerra para aprender a hacer la paz. Y en el medio nosotros, asistiendo a la ruptura total de nuestro tejido, al autoexterminio de los jóvenes vecinos, promovido por unos adultos abusadores, incapaces de protegernos a todos, a los vecinos y a nosotros, del desastre.

Ahora somos adultos, nos hemos unido al "enemigo", es nuestra tarea entonces encontrar qué es lo que subyace a la "apatía" de nuestros jóvenes, a su dispersión en el espacio, en la música que parece el único lugar común, en sus cuerpos, en sus evasiones del mundo, en sus preguntas, en su euforia y su tristeza, en sus silencios. Menuda tarea¡

domingo, 25 de abril de 2010

¿Qué son las culturas juevniles?

Este texto es un informe que parte de 4 artículos y 3 autores, que trabajan en profundidad el concepto de las identidades juveniles, aquí expongo las notas que hice en la lectura de estos documentos, que no son más que mis propias deducciones y acotaciones de los conceptos propuestos allí, así como de las reflexiones que me suscitan.

Lo primero que hay que advertir es que los 3 autores están de acuerdo en algo que plantea el primer documento Culturas juveniles. Identidades transitorias de José Manuel Valenzuela en la introducción de sus reflexiones y es que las identidades juveniles son históricamente construidas y tienen como una de sus principales características ser situacionales: dependen de un contexto específico, de un momento histórico particular. Siguiendo con este documento se habla de que a diferencia de las identidades estructurales las identidades juveniles son transitorias, "se delimitan en citaciones y relaciones específicas por la condición perecedera de la juventud".

Carles Feixa en su texto De las culturas juveniles al estilo dice que “las culturas juveniles son la manera en que las experiencias juveniles son expresadas colectivamente, mediante la construcción de estilos de vida distintivos, localizados fundamentalmente en el tiempo libre, o en espacios intersticiales de la vida institucional” en un proceso de respuesta a la subordinación. Pero a diferencia de las demás culturas subordinadas, esta es transitoria, característica que también se ha utilizado para despreciar la importancia de los discursos de las culturas juveniles.

Para analizar las culturas juveniles entonces es preciso abordarlas en dos sentidos: las condiciones sociales y las imágenes culturales.

Frente a este aspecto y con relación a las observaciones que hace Feixa sobre las culturas juveniles de clase media, que son menos visibles (porque no parecen ser tan explícitas en su agregación, autoafirmación u oposición) existe la posibilidad de encontrar una riqueza enorme que hemos dejado de lado, pues dadas las herramientas que tienen los jóvenes de esta clase, las culturas juveniles a través de las cuales se relacionan, pueden llegar a ser de una gran sofisticación, en la cual se desarrollan reflexiones y negociaciones, menos espectaculares (para usar los términos de Feixa) pero más profundas. Por esto es tan importante estudiar las culturas juveniles, porque lo que sucede es que en ellas se manifiestan los postulados más ocultos de la sociedad a la que pertenecen, la “crisis de valores” que los adultos observan y a menudo proscriben en las culturas juveniles, como el racismo, son las “crisis de valores” de una sociedad que no se mira a sí misma con honestidad.

Entonces para entender a las culturas juveniles es importante establecer en segundo lugar, las imágenes culturales con las cuales se representan. Para lo cual nos es muy útil la noción de estilo. “El estilo puede definirse como la manifestación simbólica de las culturas juveniles, expresadas en un conjunto más o menos coherente de elementos materiales e inmateriales, que los jóvenes consideran representativos de su identidad como grupo”. Este proceso de expresión de la identidad cultural de los jóvenes ha sido entendido muy bien por las industrias culturales, que promueven el consumo cultural a partir de estas expresiones, sin embargo es simplista creer que las industrias culturales son las que producen el estilo, ya que este va más allá de una utilización de objetos, se trata más bien de una organización significativa de estos objetos en una relación directa entre el objeto y el valor simbólico que se le asigna, con un determinado objetivo comunicacional. Las identidades juveniles pues, resignifican una serie de objetos, en una mezcla deliberada de significados, resignificaciones, resemantizaciones y usos simbólicos, con la idea de diferenciarse del “otro”, y comunicar unas “Intereses comunes” y unos valores y principios determinados. De tal suerte, que se convierten en productores de cultura a través de elementos culturales como el lenguaje, la música, la estética, los productos culturales (revistas, grafittis, videos, cine) y las actividades focales o rituales (partidos de fútbol)

El ejercicio más importante, en términos de comprender la importancia que tiene el estudio de la juventud, lo hace Reguillo cuando recoge el trabajo de la antropóloga Margaret Mead, y sus tipos de cultura, y a partir del cual, la autora propone entender a la juventud a través de la metáfora de los “primeros colonos”. El mundo que conocemos es tan nuevo, que los mayores no tienen herramientas para construir una vida segura en él, sus referentes pierden validez, por lo cual, los jóvenes nativos, son quienes guiarán los caminos de esa nueva sociedad a través de sus prácticas de experimentación e innovación, creando así un modelo más efectivo para el futuro. Esta metáfora es del todo pertinente para explicar lo que sucede ahora, por eso es de vital importancia observar las expresiones, las maneras de reproducción social que adoptan los jóvenes, porque es allí donde podremos encontrar pistas de hacia dónde se dirigen nuestras sociedades.

En este sentido vale la pena entender, en términos generales, el comportamiento juvenil hoy: en medio de un mundo completamente tecnológico, abierto y público, con enormes cantidades de información en permanente circulación, los jóvenes han sido capaces de abarcar ese mundo a través del desarrollo de una capacidad novedosa de procesar información, en una configuración social simbólica, que se describe a través de la figura del hipertexto. Es preciso anotar que esta hipertextualdiad de los jóvenes los enfrenta constantemente con interpretaciones del mundo tan distantes a las propias que entran en conflicto entre sí, obligado al sujeto “a un reajuste constante entre su experiencia inmediata y ciertos discursos que parecen cada vez menos lejanos” lo que a su vez parece que provoca un fenómeno de “relocalización” del joven, es decir, que este dota de nuevos sentidos sus experiencias más cercanas, insertándolas en comunidades de sentido que funcionan como círculos de protección frente a la velocidad con que se mueve el mundo.

Un elemento clave que entonces queda por mirar detenidamente y que José Manuel Valenzuela aborda en su texto Culturas identitarias juveniles es la reflexión sobre la adscripción de clase como un elemento constitutivo de las identidades juveniles porque es preciso entender que la juventud es una categoría social que emerge en un contexto más amplio. Las culturas juveniles son culturas subalternas, entre otras cosas porque se les señala como germen de comportamientos sociales que perjudican el conjunto, cuando en realidad estos comportamientos pueden ser sólo síntomas de una problemática generalizada en una sociedad que no se mira a sí misma.

Este proceso ha coincidido con un incremento mundial de la violencia, lo que ha hecho que las culturas juveniles sean estigmatizadas, sobretodo por las instituciones sociales más importantes, lo que hace que sean los espacios culturales, las industrias culturales, las que acojan y definan a los jóvenes, que ya no se congregan por intereses políticos como en otros tiempos sino a través de la construcción de sentidos colectivos que dan respuesta a esos estigmas.

jueves, 22 de abril de 2010

por qué estoy aquí

En una sociedad como la colombiana, con un Estado dedicado principalmente a librar la guerra contra la guerrilla y el narcotráfico, donde las ONGS han denunciado más de 4 millones de desplazados forzados y el Proceso de Justicia y Paz, por el cual se desmovilizaron los grupos paramilitares, no alcanza el objetivo de verdad, justicia y reparación para las víctimas. En una ciudad como Medellín con un nivel de desempleo hasta del 18%, y tan solo un promedio de 3.4. m2 de espacio público por habitante, los jóvenes son la población más vulnerable. Para la mayoría de ellos los años de juventud son la época del debate diario entre la educación y la guerra, entre los embarazos adolescentes y el maltrato, entre el arte y la violencia. Los jóvenes pertenecientes a las clases más privilegiadas también se tienen que enfrentar a una sociedad conservadora que difícilmente entiende y atiende las nuevas expresiones de las culturas juveniles. Así, el potencial de la juventud, su capacidad de crear nuevas formas de relacionarnos, de construir salidas, se reduce a pocos años, los jóvenes de Medellín dejan muy pronto de ser jóvenes, sin haberse primero explorado en todas sus dimensiones, sin haber tenido la posibilidad de “cambiar el mundo” antes de tener que ajustarse a él.